Inspirado
en un programa de la Jovet
“nueva
criatura es…”
2 de Corintios 5,17
Ernesto baila solo, moviendo su
cuerpo al compás de la música. Es su cumpleaños número dieciocho y decidió ir a
celebrarlo en una discoteca. Es tímido y solitario. Casi no tiene amigos. Pero
está cansado, o más que cansado, harto
de su timidez y soledad. Hace unas horas se encontraba en una barra―lejana, para
que sus padres no se enteraran― en donde se bebió un par de cervezas, las
cuales lo desinhibieron y lo hicieron decidirse a entrar a la discoteca del
centro de la ciudad, una de las más populares, y comenzar su vida deseada,
aquella que ensueña todas las noches mientras espera el sueño. En esa vida es
decidido, popular y respetado; un cínico valiente que atrae a las chicas y
tiene sexo todas las noches.
Llega a la
discoteca. Se intimida. El lugar está abarrotado de gente y hay algunos compañeros
de su escuela, los populares, aquellos que lo rechazan y se burlan de él a sus
espaldas. Pero Ernesto está decidido, así que para infundirse valor se dirige
al bar y le pide al bartender lo más fuerte que tenga. Este, al verle la cara
de asustado y de inexperto, por no decir pendejo, solo le da un Cuba Libre con
más Coca-Cola que ron. Ernesto ni cuenta se da. El bartender no se equivoca en
su apreciación, no en balde lleva una década sirviendo tragos: Ernesto
realmente es un inexperto (solo ha bebido dos o tres veces en alguna fiesta
familiar) y se bebe el trago creyendo que es algo así como un whiskey o un
tequila. El bartender, mientras Ernesto se toma su bebida más rápido de lo
recomendable, sonríe con esas sonrisas condescendientes que esconden lástima y
vergüenza ajena.
Ernesto se avalentona con el trago. De repente se siente ese Yo de sus
ensueños: atractivo, seductor y valiente. Se despoja de su Yo real, de Ernesto,
para convertirse en ERNESTO, y a este ERNESTO le gusta bailar, a pesar de que
Ernesto en su vida ha bailado. Ahora mismo, dando sus pasitos, se adentra en la
multitud, en la orgía. Chicas hermosas, con escasa ropa, bailan solas, entre
ellas o con hombres. Todos se mueven con el frenesí de la música. Ernesto se adentra
al centro de la pista, y baila y sonríe como un fauno. Roza a las personas,
siente la carne, se excita. Está como fuera de sí, como poseído por otra
persona. Se podría decir que está delirando y en ese estado se acerca a las
chicas y baila con ellas, sonriéndoles y mirándolas a los ojos con deseo.
Realmente, a pesar de sí mismo y lo que ha sido su vida hasta este momento, la
está pasando bien.
Se
cansa de bailar y vuelve en sí, a Ernesto, y se dirige de nuevo al bar. Allí
sentado se le acerca una chica hermosa de grandes ojos casi negros, tetas
voluptuosas que luchan por mantenerse en su escotada blusa y un muy buen
trasero. Un misógino machista diría que
toda una gata en celo, pero Ernesto al verla no puede ni pensar.
—Hola
chico, te vi bailando y tengo que
decirte que me impresionaste.
Ernesto la
mira con más miedo que sorpresa. Sostiene la cerveza a mitad de su boca. Solo
puede balbucear “Eh, eh, eh”. No consigue articular nada, así que opta por
sonreír.
— ¿Cómo te
llamas? ―pregunta ella.
— Eh, eh,
Ernesto.
— “Eh, eh,
eh”… No te preocupes, amor, si yo no muerdo.
—No, no es
eso—sonríe tímidamente―, es sólo que estoy un poco…pasado de…tragos. Sí.
Ella
sonríe, siempre sexi, segura de sí misma.
—Y tú,
¿cómo te llamas? ―pregunta Ernesto, ya un poco más en control de sí mismo.
—Love―contesta
ella, haciendo un movimiento sensual con los labios, como invitando a besar.
Ernesto se
frisa. ¿Es esto real?, piensa. Ella,
segura de la efectividad de su ataque, continúa:
—Love, como
el amor. ¿A ti te gusta el amor?
—Eh, eh,
sí, claro— contesta Ernesto con timidez.
—Mmm, que
bueno, pues a mí me encanta el amor. ¿Quieres hacer el amor?
Ernesto se
estremece. Se sonroja. Sus ojos miran abruptamente hacia abajo, a la derecha.
Siente miles, millones de bolitas circulando a toda velocidad por todo su
cuerpo. Ella, Love, triunfal y siempre sexi, le dice “Vamos”.
Ahora están
en un motel. Llegaron en el carro de Love. Se están besando en la habitación.
Ernesto siente por primera vez unos labios en sus labios, una lengua en su
lengua, tibia y áspera. Se comienzan a acariciar. Ernesto la aprieta contra su
cuerpo, acaricia su espalda, sus nalgas; las pellizca, les da suaves y firmes
palmadas mientras piensa sorprendido en
la seguridad que siente y está mostrando. Entonces Love lo empuja a la cama y
comienza a desnudarse muy sensualmente mientras lo mira con lujuria. Primero se
quita la parte superior de su vestido y libera las enormes y duras masas
sexuales, con sus enormes pezones erectos y rozados que luchaban por salir
durante toda la noche. Ernesto cree que reventará, que no podrá soportar mucho
tiempo sin venirse encima. Lo que está presenciando no es la porno que ha visto
por computadora o en dvd’s, y menos aún una de sus ensoñaciones, no, sino un
acontecimiento en vivo y a todo color, por lo que no puede sino sorprenderse de
lo que está ocurriéndole. Love, consciente de las reacciones que ocasiona en
Ernesto, se acaricia los senos y pellizca su pezón derecho. Luego continúa
bajando, quitándose el vestido. Llega a su abdomen, a su codiciable ombligo, a
sus caderas, haciendo presión, sus senos moviéndose en zigzag, besándose. Se
baja y quita completamente el vestido, mostrando sus hermosas, largas y densas
piernas. Únicamente queda la tanga, que insinúa un coño húmedo, grueso y
acolchonado.
Ernesto está completamente bellaco. Contempla,
con la boca abierta, las babas saliéndose, el pene erecto a punto de estallar
asomándose por el pantalón, todo el cuerpo monumental de Love. Se siente explotar,
espera con ansias locas, con desespero, que Love termine su striptease y se
quite la tanga para contemplar su chocho húmedo, ávido de placer. Entonces
sucede. Love comienza el movimiento sensual, sin apartar la vista de los ojos
de Ernesto, como a la expectativa de algo. Se libera de la tanga y Ernesto
queda impactado. En la mano de Love, hermosa, con sus largas uñas pintadas de
rojo, cuelga la tanga negra algo mojada, mientras abajo, en su pubis, se
levanta una corta, pero dura y lúbrica verga.
Ernesto no
lo puede creer. Se levanta furioso de la cama. Empuja a Love contra la pared y
le grita MALDITO, CABRÓN, QUE TÚ TE CREÍAS, ¿QUE YO SOY MARICÓN? Da la espalda,
presto para marcharse. Pero Love, en el suelo, le suplica que no la rechace,
que es una mujer, que mire sus tetas, su culo, que se lo mamará, que sabe que ella lo excita. Entonces Ernesto se
vira, explosivo, y la comienza a patear. Coge a Love por los cabellos y le
restrilla la cabeza contra uno de los espejos de la habitación. Luego, a pesar
de los gritos y súplicas de Love, que sangra en el suelo, comienza a cortarla
con un pedazo de espejo roto, gritando que no es justo, que está harto de tanta
humillación, que todos merecen morir. Love grita, pero Ernesto no la escucha,
no puede escucharla, solo puede ver su pasado, cada persona que lo ha
humillado, y cada persona es una puñalada en el cuerpo amorfo de Love.
Después de
matarla, se lava y se marcha a pie a su casa. No se reconoce. No puede
reconocerse. No es Ernesto, su Yo real, tampoco es su Yo ideal, el que ha
bailado y bebido toda la noche. Ahora es un asesino, un maldito, y mientras ve
el sol salir, todo clarear, se siente oscuro, presa de la noche. No lo quiere
admitir, pero le gustó lo que hizo. Tiene los calzoncillos mojados y siente un
deseo maldito. Desea sangre.
NONS 15 de febrero de 2004- 20 noviembre de 2011