El gladiador, desangrándose en el suelo de arena, miraba el sol mientras se prestaba a expirar ante la mirada inclemente y gozosa de miles de ciudadanos romanos. Ya no sentía dolor, si acaso frío; y sonreía satisfecho, pues sólo podía pensar que moría por su pueblo.
N.O.N.S./
15 de noviembre de 2010
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