En el siguiente ensayo veremos la novela El Rey de la Habana de Pedro Juan Gutiérrez a la luz de la novela picaresca.
Didier Souiller (1985) y Alberto del Monte (1971) presentan en sus respectivos trabajos, La novela picaresca e Itinerario de la novela picaresca española, las características principales de la novela picaresca. La misma se caracteriza por la narración en primera persona que hace el personaje principal de la obra desde una cumbre abyecta. El narrador comienza dando su genealogía abyecta, en donde por lo general la madre es una mujer promiscua y prostituta y el padre un ladrón que por diversas razones, en ocasiones ajenas a su voluntad, abandona el hogar. Esta genealogía, junto con el mundo caótico y de moral dudosa en que ha crecido, lo hace justificarse por la vida pícara, vale decir, que ha llevado. En la primera parte del Guzmán de Alfarache, Guzmán dice: “La sangre se hereda y el vicio se apega” (p. 130), lo cual expone de manera clara el tema del determinismo en la novela picaresca. El pícaro es como es porque está determinado por la herencia y por el ambiente, por lo que no tiene forma de escapar a su destino y llevar, o haber llevado, otro tipo de vida.
El pícaro sale de su hogar a una edad temprana (entre los nueve y los catorce años) y se va a conocer el mundo. En ese peregrinar pierde su inocencia original y gana la malicia, pues se encuentra con un mundo en donde el hombre es el lobo del hombre: no hay justicia, solidaridad, amor, compasión religiosa. En este sentido, la novela picaresca es una novela de aprendizaje. En su peregrinar, el pícaro pasa hambre, elemento que lo obliga a degradarse y a robar, y se encuentra con su iniciador, su primer amo, el cual le enseña las estratagemas engañosas que tiene que hacer para sobrevivir en el mundo. El pícaro, entonces, va pasando de amo en amo y realizando ardides y, en ocasiones, grandes estafas (como Guzmán) para paliar su hambre y obtener bienes materiales. Sin embargo, cuando logra alguna estabilidad económica, dilapida todos sus bienes, o bien los pierde a consecuencia de una traición.
Para llevar su estilo de vida, el pícaro renuncia a la honra y al honor como opinión, y rechaza la moral tradicional pues ésta no es práctica para sobrevivir en el mundo que le ha tocado vivir. Al ser esto así, el pícaro por lo general carece de solidaridad hacia su prójimo y vive una vida en soledad. El pícaro, además, es misógino y en ocasiones llega a prostituir a su esposa o compañera. Con todo esto, vemos que la visión de vida del pícaro es una cínica y que se cree en posesión de la verdad por las experiencias que le ha tocado vivir.
Por último, la novela picaresca termina con un final abierto, con el pícaro viviendo en una posición mejorada, pero inmoral (Lazarillo) o esperando un perdón y proclamando, de cierta manera dudosa, que está regenerado (Guzmán), entre otros finales.
El Rey de La Habana comparte varias de las características de la novela picaresca. Primeramente la obra comienza dando una genealogía de Rey, protagonista de la novela. La madre de Rey era una mujer con retraso mental, promiscua y en ocasiones “jineteaba” o practicaba la prostitución. El padre de Rey, Adalberto, abandonó el hogar cuando la madre de Rey estaba encinta de él y nunca regresó, por lo que Rey creció sin una figura paterna. Sin embargo, Rey se va de su hogar no por voluntad propia o por un trabajo (amo en las novelas picarescas españolas) sino porque lo acusan de matar a su madre y a su hermano. Nelson, el hermano de Rey, en una discusión con su madre, la empuja y ésta se entierra un pedazo de metal en la cabeza. Desesperado por lo que hizo sin querer, Nelson se suicida tirándose desde la azotea en donde vivían y ocurrió el incidente. La abuela de Rey, que presenció la escena, muere de un ataque al corazón. La policía culpa a Rey, pero como sólo tenía 13 años de edad no pudieron juzgarlo y lo internaron en una cárcel de menores.
En la cárcel Rey pierde la inocencia y gana la malicia. Un recluso dos años mayor que él intenta violarlo y Rey lo evita peleando con él. Por la pelea lo internan en un calabozo y en la entrevista con el instructor que manejaba su caso, se dio cuenta que nadie iba a velar por él. Luego de esa entrevista, se ve la toma de conciencia de Rey, su despertar a la malicia: “Y sin darle vueltas al asunto, pensó directamente cuál era la regla del juego:"Entonces, aquí hay que ser durísimo pa' que no me cojan el culo, pero sin que este tipo (el instructor) se entere. Okey, voy adelante” (p. 18-19). Aquí hay una diferencia con respecto a la novela picaresca tradicional. En ésta, cuando el pícaro iba preso era por cometer algún delito; porque, en cierta medida, se lo merecía. Rey, en cambio, va preso siendo inocente y tiene que enfrentarse a lo que para Souiller (1985) representa en la novela picaresca un infierno: “el colmo de la humillación, reino de lo arbitrario y una caricatura de la justicia. Es un local inmundo y mugriento invadido por piojos y representantes degenerados de la humanidad” (p. 85). La cárcel, para Rey, entonces vendría a ser lo que en la novela picaresca tradicional es el iniciador, de la cual saca su aprendizaje para enfrentarse a la vida. En la cárcel, además, se provee del medio que ya en la libre comunidad le servirá de alguna manera de sustento: las perlanas (balas o municiones) que se hace poner en el pene.
Cuando Rey se escapa de la cárcel se pone a pedir limosnas para poder sobrevivir y saciar su hambre. Sin embargo se encuentra con gente pobre que no quiere ni puede ayudarlo. Cuando único lo ayudan es cuando roba un santo y se pone a pedir fingiendo hacer una promesa. Pero la estratagema no le dura mucho. Así que Rey visita a Fredesbinda, su ex-vecina, y desde el principio comienzan una relación de índole sexual. Fredesbinda se convierte en la primera de una serie de mujeres (y un travesti) que de alguna u otra manera mantienen a Rey a cambio de sexo. En este sentido, estos personajes que mantienen a Rey por sexo hacen las veces de los amos por los cuales pasa el pícaro en las novelas picarescas tradicionales. Esto no significa que Rey en la novela no pase por una serie de trabajos, pues en la obra es vendedor de maní, descargador de camiones, chofer de taxi, empleado de una fábrica, stripper, etc. Sin embargo, la mayor parte del tiempo Rey es mantenido, y todo por sus habilidades y dotes sexuales. De hecho, el apodo de “Rey de La Habana” le viene precisamente por esto: “Y las perlas convirtieron definitivamente a Rey en El hombre de la Pinga de Oro” (p. 49). Rey se convierte así en un objeto sexual, en un juguete (como un vibrador) para brindar placer. Se cosifica y su valía responde no a sus virtudes como persona sino a sus atributos como amante. Sin embargo, Rey no es un prostituto, él no se vende por dinero. No cabe duda que aprovecha la situación, pero el sexo en él es más que nada otra hambre que tiene que satisfacer y una manera, tal vez, de llenar su soledad y su carencia de amor. Este elemento sexual en la obra es para Eduardo Béjar (2005) el aporte más importante de la novela al género picaresco.
Para Béjar (2005) el sexo es en la obra es un discurso de placer que se opone al discurso de sacrificio que ha mantenido la Revolución Cubana por más de 40 años. Según Béjar: “la saturación orgásmica que encontramos en el relato de Gutiérrez es, en tanto que representación de una economía de goce sexual radical, la antítesis del comportamiento sexual cómplice de un Estado de ideología utilitaria y homogeneizante”. En la obra, esa sexualidad alterna, antitética, que se opone a la sexualidad aceptada por el Estado la representan todos esos personajes que se lanzan al placer sexual como un medio para escapar del mundo de pobreza y sacrificio que se presenta en la obra. Pero además, lo representa Sandra, el travesti con quien Rey mantiene una relación “amorosa”, aunque más bien de índole sexual. Es interesante como Sandra, viviendo en el mismo edificio que Rey y Magda (principal compañera sentimental de Rey en la obra), y prostituyéndose al igual que ésta, posea un apartamento limpio, con muebles, y no tenga carencia de comida. Además, siempre está limpia y olorosa, al contrario que Magda. En todo caso, el personaje de Sandra está tratado con cariño en la novela y es, si se puede decir en una novela donde todo es oscuridad y decadencia, un punto de luz. Sin embargo, la relación de Rey con ella es ambigua. Rey mantiene relaciones sexuales con ella pero no le mira su sexo erecto y no permite que le toque las nalgas porque él es un hombre (“Yo soy un hombre. No me toques las nalgas”, p. 89). La identidad sexual de Rey, entonces, es ambigua y no puede desprenderse de su machismo y de la opinión de los demás para vivir de acuerdo a lo que él siente que es. En este sentido, Rey se aparta de los pícaros como Lazarillo y Guzmán, pues a ellos no les importa la opinión de los demás, la honra. Aunque claro, en las novelas picarescas tradicionales no se trata en profundidad el aspecto sexual. Pero este importarle la opinión de los demás, el honor y la honra, está emparentado en la obra con la falta de solidaridad.
Rey tira a Sandra contra unos policías que iban tras ellos para así poder escapar de una emboscada que le hicieron. Esto a pesar de que Sandra le había conseguido un trabajo, lo alimentaba y lo agasajaba. Sandra terminó en prisión. De la misma manera, Rey no tuvo compasión, ninguna solidaridad con Magda, a quien asesina por celos y por la humillación que ella le infiere al tildarlo de “muerto de hambre” y de “maricón”. A Rey, al contrario que los otros anti-héroes de las novelas picarescas, le importó la cuestión de la honra, el que alguien pensara que era menos. Con esto, también, se separa de esos personajes picarescos, pues se convierte en un criminal, cosa que no eran los otros, que eran simplemente delincuentes y estafadores, pero no asesinos ni psicópatas (Rey mantiene el cuerpo de Magda unos días y mantiene relaciones sexuales con su cadáver). Con esto llegamos a una diferencia fundamental que tiene esta novela con respecto a la novela picaresca: el punto de vista en tercera persona y, con este elemento, su final cerrado, trágico.
El Rey de La Habana está escrita en tercera persona, al contrario de las novelas picarescas. La tercera persona, por lo general, es un punto de vista total, y dentro del mundo ficticio que narra, pretende ser objetivo. En cambio, la primera persona es ambigua y puede ser poco confiable en la medida en que el mundo “real” u “objetivo” del personaje nos pasa filtrado por su perspectiva, que está limitada a lo que puede ver, oír o sentir y a sus interpretaciones sobre eso que ve, oye y siente, con todos sus prejuicios inherentes. Para Souiller (1985) la novela picaresca es autobiográfica, un libro que nunca termina, para mostrar que el pícaro es libre. Por lo tanto, se puede inferir que El Rey de La Habana está escrita en tercera persona para mostrar que Rey, en cambio, no es libre. En este sentido la novela se aleja también del otro subgénero dentro del cual la han catalogado: el realismo sucio. Este no es el lugar para analizar el realismo sucio, pero las novelas consideradas de realismo sucio, o sus precursoras (desde Viaje al fin de la noche de Céline, a las novelas de Henry Miller, John Fante y Charles Bukowski, entre otros), están escritas, por lo general, en primera persona y tienen finales abiertos. Presentan un mundo sórdido de una manera ácida, directa y “soez”, pero al final sus protagonistas continúan viviendo; cínicamente y con una sonrisa irónica, pero viviendo. Esos finales abiertos, en cierta manera, son una pequeña esperanza, un pequeño optimismo. Sin embargo, El Rey de La Habana termina con la muerte de Rey, luego de ser picado e infectado por decenas de ratas al enterrar el cuerpo de Magda en un basurero. Aquí no hay esperanza, no hay optimismo. La picaresca y el realismo sucio se convierten en tragedia en El Rey de La Habana.
Según Fournier (2002), “la novela picaresca surge en una etapa de decadencia de la sociedad” (p. 109). En el siglo XVI y XVII la novela picaresca surge por la crisis del pensamiento barroco, luego de las esperanzas manifestadas en diversos ámbitos durante el Renacimiento, que se vienen abajo (Souiller 1985). Por su parte, Donald Shaw menciona algo similar con respecto a las novelas de Roberto Arlt, de las cuales El juguete rabioso puede ser considerada como picaresca, citando a R. Larra:
“Estos individuos, canallas y tristes, viles y soñadores simultáneamente, están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está originada, más que por pobreza material, por otro factor: la desorientación que después de la gran guerra ha revolucionado la conciencia de los hombres,dejándolos vacíos de ideales y esperanzas”.(R.Larra 1956,en Donald Shaw 1983,p. 24).
Por lo tanto, si la picaresca surgió originalmente por la crisis del pensamiento barroco respecto al Renacimiento y en Arlt por la angustia y desolación que ocasionó la Primera Guerra Mundial, en Cuba la picaresca de Pedro Juan Gutiérrez surge por la crisis que se desató en dicho país a partir de la caída de la Unión Soviética, que ocasionó un periodo de hambre y de decadencia moral. De hecho, El Rey de La Habana comienza mencionando la “Crisis de 1990”:
“Aquel pedazo de azotea era el más puerco de todo el edificio. Cuando comenzó la crisis en 1990 ella perdió su trabajo de limpiapisos. Entonces hizo como muchos:buscó pollos, un cerdo y unas palomas. Hizo unas jaulas con tablas podridas,pedazos de latas, trozos de cabillas de acero, alambres. Comían algunos y vendían otros. Sobrevivía en medio de la mierda y la peste de los animales” (p.9).
El mundo que se presenta en El Rey de La Habana parece un mundo apocalíptico, derruido, con edificios cayéndose, con peste a mierda por doquier, con prostitutas, alcohólicos, degenerados sexuales y desempleados por todas partes. Un mundo donde la religión trae problemas en vez de soluciones (ej. caso de Sandra, que era poseída por Tomasa y le daba profecías negativas) y en donde ni salir al extranjero es una solución (caso de la hija de Fredesbinda, que se fue a Italia con un hombre y éste, aprovechándose de su desconocimiento del idioma y de su ingenuidad, le hizo sacarse los ojos para donárselos a su hija). El mismo Pedro Juan Gutiérrez, en una entrevista con Stephen Clark en el año 2000, menciona que comenzó a escribir decepcionado por la situación económica y moral que se dio en Cuba a partir de la crisis: “…con el país y todo un proyecto político en crisis. Un proyecto político en que yo había creído, que yo había estado defendiendo, entró en crisis y empezó a convertirse en sal y agua…” Así, El Rey de La Habana es un texto de ruptura dentro del régimen cubano, un desplazamiento ideológico que se separa de la idea de Cuba como centro y ejemplo para el resto de Latinoamérica. La novela se coloca, además, dentro de un borde de asfixia, de desesperación, en cuanto a que es un texto donde ya no hay utopías: ni la revolución, ni el capitalismo (el caso de la hija de Fredesbinda que viajó a Italia y regresó sin ojos) ni la religión ni el amor parecen ser la solución. Simplemente no hay salida y por lo tanto no hay oportunidad de redención para Rey, sólo la desesperación, la locura y la muerte.
En la novela se pueden ver, además, como en las novelas picarescas tradicionales, instancias carnavalescas. Sobre todo en lo del mundo al revés. Rey es el rey de La Habana, pero sus palacios son una azotea con peste a excrementos, un furgón de metal, una habitación sin muebles y una casa que construyó con maderas y otros elementos al lado de un basurero. Igualmente hay instancias carnavalescas en la actitud machista de Rey mientras mantiene relaciones sexuales (homosexuales) con Sandra, el travesti. Este elemento irónico y a la vez cómico se puede ver en este pasaje: “Rey salió hacia el cuarto de Sandra. El macho triunfal” (p. 99). Sin embargo, el humor en El Rey de La Habana es un humor ácido, negro, y no es regenerador, como postula Bajtín (2005) que debe ser el humor carnavalesco, sino destructor. En la novela nada es regenerador, sino que se destruye. La misma novela, al contrario que otras novelas picarescas, no es una novela de aprendizaje porque Rey no aprende nada y no llega a su adultéz, sino que muere a los 17 años.
El Rey de La Habana es, por otra parte, una picaresca caribeña. En ella se ve la mezcla de razas y un tanto el problema racial. Se presenta el sincretismo religioso, principalmente la santería. Cuando se menciona la música es de salsa y la obra está escrita en cubano, un español caribeño. Este sincretismo religioso, racial y cultural lo representa muy bien el apartamento de Sandra, en cuya descripción el narrador hace referencia al famoso verso del poema "Son número 6" de Nicolás Guillén, “Todo mezclado”:
“Todo limpio, inmaculado, sin una mota de polvo, las paredes pintadas de blanco,adornadas con grandes pósters en colores de bellísimas mujeres desnudas.En un rincón un altar presidido por un crucifijo y la triada inevitable en Cuba:San Lázaro, la Virgen de la Caridad del Cobre y Santa Bárbara. Y flores,muchas flores. Muñequitos plásticos y de vidrio por todas partes. Pequeños budas,elefantes,chinas, bailarinas de mambo, indios de yeso. Todo mezclado. El kitsch elevado a su máxima expresión” (p. 63, énfasis mío).
Para concluir, podemos decir que El Rey de La Habana es una novela picaresca, a pesar de sus diferencias fundamentales en su punto de vista narrativo y en su enfoque sexual. Fuera de estos elementos, la novela tiene todas las particularidades de la novela picaresca, desde el anti-héroe, la genealogía abyecta del personaje, su vagabundear por la ciudad, la multiplicidad de trabajos, su indiferencia moral, el tema del hambre y el tema del destino, entre otros. Además está escrita en un lenguaje popular, coloquial y utiliza refranes (aunque pocos). Por otra parte, si el punto de vista en las novelas picarescas es fundamental porque presentan su filosofía y visión de mundo, en El Rey de La Habana el punto de vista narrativo en tercera persona es fundamental para entender su visión desesperanzada y trágica de la existencia, en donde esa visión apocalíptica de mundo se hace objetiva.
Bibliografía
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache I. Edición de José María Micó (2000). Madrid: Cátedra de Letras Hispánicas.
Bajtín, Mijail (2005). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Madrid: Alianza Editorial.
Del Monte, Alberto (1971). Itinerario de la novela picaresca española. Barcelona: Editorial Lumen.
Fournier Marcos, Celinda (2002). Análisis literario. México: Thomson.
Gutiérrez, Pedro Juan (1999). El Rey de La Habana. Barcelona: Editorial Anagrama.
Rico, Francisco (1989). La novela picaresca y el punto de vista. Barcelona: Seix Barral.
Shaw, Donald (1983). Nueva narrativa hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cátedra.
Soullier, Didier (1985). La novela picaresca. México: Fondo de Cultura Económica.
Internet:
Béjar, Eduardo (2005). Poder y discurso de placer. La picaresca de Pedro Juan Gutiérrez. Recuperado de:
www.cubaencuentro.com/es/content/download/19823/153898/version/2/file/30eb137.pdf
Birkenmaier, Anke (2004). El realismo sucio en América Latina. Reflexiones a partir de Pedro Juan Gutiérrez. Miradas, revista del audiovisual, número 6, 2004 Cuba. Recuperado de:
www.pedrojuangutierrez.com/Ensayos_ensayos_Anke%20Birkenmaier.htm
Clark, Stephen (2000). El Rey de Centro Habana: Conversación con Pedro Juan Gutiérrez. Delaware Review of Latin American Studies, Vol. 2, No. 1, diciembre 15 de 2000. Recuperado de: http://www.pedrojuangutierrez.com/Entrevista_ES_Librusa.htm.
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