viernes, 2 de octubre de 2009

De la voluntad de morir


La primera vez que Omar Santiago intentó suicidarse se tomó un frasco de pastillas para dormir, pero los somníferos sólo le provocaron un sueño de tres días y el consecuente despido de su trabajo. Los problemas económicos a causa de su desempleo hicieron que se deprimiera aún más, lo que lo empujó a su segundo intento. Para esta ocasión, amarró una soga en el tubo para enganchar la ropa de su clóset. Como el tubo era bajito, tuvo que levantar los pies para poder asfixiarse, lo cual requería de mucho dominio propio; cualidad que tenía de sobra, pues en verdad quería morirse. Sin embargo el tubo no resistió su peso y se rompió. Omar, ni corto ni perezoso, aprovechando la euforia del momento y siguiendo la máxima del que persevera triunfa, fue y amarró la soga en el árbol del patio de su casa. Al tirarse, esperando la oscuridad o lo que sea que haya después de la muerte, sólo consiguió torcerse un tobillo, pues al tensarse la soga ésta se partió. En su siguiente intento, fiel a su perseverancia y con deseos de alcanzar su meta, ideó un plan más letal. Con sus ahorros y con la venta de algunas tarjetas de baloncesto que coleccionaba se compró una pistola. Se pegó un tiro en la sien, pero con la suerte que tenía el tiro sólo rozó su cráneo y no tocó su cerebro. Solamente estuvo cuatros días en el hospital; uno para la operación y tres para recuperarse y ser observado.

En esos tres días, acostado en la cama de hospital y analizando su situación, tuvo una revelación. Podía seguir intentando suicidarse. Aún le quedaban varios métodos: cortarse las venas, tirarse contra un auto en movimiento o tirarse al vacío. Sin embargo pocas personas sobreviven a cuatro intentos de suicidio, y menos a uno en que está involucrada un arma de fuego. Reflexionó largo rato, durante horas, y encontró razones para vivir. Aun más, en todos los intentos fallidos de suicidio vio algo extraño. Estadísticamente era extraordinario que estuviera vivo. Allí tenía que haber algo sobrenatural, divino. Por primera vez desde que era niño creyó en Dios y se sintió feliz por la vida. Ideó planes y se trazó metas a seguir. Como era un hombre inteligente y sobre todo perseverante, no tenía dudas de que podía cumplir todas sus metas; todas, hasta la de encontrar la forma de servir a Dios.

Cuando le dieron de alta del hospital, llamó a un taxi, pues no tenía amigos y por ende nadie que lo pudiera llevar a su casa. Al salir del hospital y ver la luz del sol, se sintió renacer. Se sintió lleno de vida para afrontar la vida con entereza, con estoicismo pero a la vez con alegría y, sobre todo, con fe. De camino a su casa, en el taxi, se la pasó pensando sobre sus nuevos planes. Trataría de recobrar su trabajo, de hacer amigos, de hacer ejercicio y rebajar unas cuantas libras. Pero sobre todo intentaría conseguir pareja; ya estaba cansado de hacerse puñetas mientras veía la Playboy del mes y pensaba en Lourdes, la chica más linda de su antiguo trabajo. Total, él no era tan feo y menos aún el más aburrido. En esto pensaba cuando escuchó sirenas de policía y varios tiros.
12 de febrero de 2007

2 comentarios:

  1. Oye no sé como llegué acá, pero me encanta tu forma de escribir, me encanta la narrativa que usas para describir cada experiencia, yo también lo he intentado como tres veces, pero no pasa nada, a veces veo el sol, pero unas cuántas veces más se oscurece, un abrazo grande!

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  2. Mariana,yo tampoco sé cómo llegaste, pero llegaste. Eso es lo importante, ¿no? Un placer tenerte por aquí. Saludos.

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